Después de esto abrió Job su boca, y maldijo su día.
Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito.
Maldíganla los que maldicen el día, los que se aprestan para levantar su llanto.
Y Pedro, acordándose, le dijo: Maestro, he aquí la higuera que maldijiste se ha secado.
¿Hay aún tesoros de impiedad en casa del impío, y medida escasa que es detestable?
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Reina Valera Gómez (© 2010)