102 casos

'Decían' en la Biblia

Y oía él las palabras de los hijos de Labán que decían: Jacob ha tomado todo lo que era de nuestro padre, y de lo que era de nuestro padre ha adquirido toda esta grandeza.

Y decían el uno al otro: Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, que vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le oímos: por eso ha venido sobre nosotros esta angustia.

Y aquellos hombres tuvieron temor, cuando fueron metidos en casa de José, y decían: Por el dinero que fue vuelto en nuestros costales la primera vez nos han metido aquí, para revolver contra nosotros, y dar sobre nosotros, y tomarnos por siervos a nosotros, y a nuestros asnos.

Y los egipcios apremiaban al pueblo, dándose prisa a echarlos de la tierra; porque decían: Todos somos muertos.

Y les decían los hijos de Israel: Mejor hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de las carnes, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto, para matar de hambre a toda esta multitud.

Y decían el uno al otro: Hagamos un capitán, y volvámonos a Egipto.

Y todo Israel, los que estaban en derredor de ellos, huyeron al grito de ellos; porque decían: No nos trague también la tierra.

Y se decían unos a otros: ¿Quién ha hecho esto? Y buscando e inquiriendo, les dijeron: Gedeón hijo de Joás lo ha hecho.

Y hablaron por él los hermanos de su madre a oídos de todos los de Siquem todas estas palabras; y el corazón de ellos se inclinó en favor de Abimelec, porque decían: Nuestro hermano es.

entonces le decían: Ahora, pues, di Shibolet. Y él decía Sibolet; porque no podía pronunciarlo correctamente. Entonces le echaban mano, y le degollaban junto a los vados del Jordán. Y murieron entonces de los de Efraín cuarenta y dos mil.

Y los hijos de Benjamín decían: Vencidos son delante de nosotros, como antes. Mas los hijos de Israel decían: Huiremos, y los alejaremos de la ciudad hasta los caminos.

Y cuando los de Israel retrocedieron en la batalla, los de Benjamín comenzaron a derribar heridos de Israel unos treinta hombres, y ya decían: Ciertamente ellos han caído delante de nosotros, como en la primera batalla.

Anduvieron, pues, ellas dos hasta que llegaron a Belén. Y aconteció que entrando en Belén, toda la ciudad se conmovió por causa de ellas, y decían: ¿No es ésta Noemí?

Y las mujeres decían a Noemí: Bendito sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente redentor, cuyo nombre será célebre en Israel.

Y los filisteos tuvieron miedo, porque decían: Dios ha venido al campamento. Y dijeron: ¡Ay de nosotros! pues antes de ahora no fue así.

Y al tiempo que moría, le decían las que estaban junto a ella: No tengas temor, porque has dado a luz un hijo. Mas ella no respondió, ni puso atención.

El pueblo entonces dijo a Samuel: ¿Quiénes son los que decían: Reinará Saúl sobre nosotros? Traed a esos hombres para que los matemos.

Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl mató a sus miles, y David a sus diez miles.

Tomó también David todas las ovejas y ganados mayores; y trayéndolo todo delante, decían: Éste es el botín de David.

Y aconteció que al séptimo día murió el niño. Y los siervos de David temían hacerle saber que el niño había muerto, y decían entre sí: Cuando el niño aún vivía, le hablábamos, y no quería oír nuestra voz; ¿cuánto más se afligirá si le decimos que el niño ha muerto?

Y las cartas que escribió decían así: Proclamad ayuno, y poned a Nabot a la cabecera del pueblo;

Fueron, pues, correos con cartas de parte del rey y de sus príncipes por todo Israel y Judá, como el rey lo había mandado, y decían: Hijos de Israel, volveos a Jehová el Dios de Abraham, de Isaac, y de Israel, y Él se volverá al remanente que os ha quedado de la mano de los reyes de Asiria.

Y cantaban, alabando y dando gracias a Jehová, y decían: Porque Él es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel. Y todo el pueblo aclamaba con gran júbilo, alabando a Jehová, porque se echaban los cimientos de la casa de Jehová.

Y había quienes decían: Hemos empeñado nuestras tierras, y nuestras viñas, y nuestras casas, para comprar grano, por causa del hambre.

Y había quienes decían: Hemos tomado prestado dinero para el tributo del rey, sobre nuestras tierras y viñas.

Que decían a Dios: Apártate de nosotros. ¿Y qué les había hecho el Omnipotente?

si los siervos de mi morada no decían: ¡Oh que nos diese de su carne, pues no estamos saciados!

De cierto tú dijiste a oídos míos, y yo oí la voz de tus palabras que decían:

Entonces nuestra boca se llenó de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces decían entre las gentes: Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.

Acuérdate, oh Jehová, contra los hijos de Edom en el día de Jerusalén; los cuales decían: Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos.

Porque oí la murmuración de muchos, temor de todas partes: Denunciad, y denunciaremos. Todos mis amigos miraban si claudicaría. Quizá se engañará, decían, y prevaleceremos contra él, y tomaremos de él nuestra venganza.

cuando decían: Volveos ahora de vuestro mal camino y de la maldad de vuestras obras, y morad en la tierra que os dio Jehová, a vosotros y a vuestros padres para siempre;

Todos los que los hallaban, los comían; y decían sus enemigos: No pecamos, porque ellos pecaron contra Jehová morada de justicia, contra Jehová, esperanza de sus padres.

Decían a sus madres: ¿Dónde está el trigo y el vino? Desfallecían como heridos en las calles de la ciudad, derramando sus almas en el regazo de sus madres.

Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que ellos estaban atónitos, y decían: ¿De dónde tiene Éste esta sabiduría y estos milagros?

Y viéndolo los discípulos, se maravillaron y decían: ¡Cómo es que tan pronto se secó la higuera!

Pero decían: No en el día de fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo.

De esta manera también los príncipes de los sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los ancianos, decían:

Y algunos de los que estaban allí, oyéndolo, decían: A Elías llama Éste.

Y los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle.

Y temieron en gran manera, y se decían el uno al otro: ¿Qué clase de hombre es Éste, que aun el viento y el mar le obedecen?

Otros decían: Es Elías. Y otros decían: Es un profeta, o alguno de los profetas.

Entonces el espíritu, clamando y desgarrándole mucho, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos decían: Está muerto.

Y decían: No en el día de la fiesta, para que no se haga alboroto del pueblo.

Mas él con más vehemencia decía: Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré. También todos decían lo mismo.

De esta manera también los príncipes de los sacerdotes escarneciendo, decían unos a otros, con los escribas: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar.

Y decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la puerta del sepulcro?

Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían.

Y José y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de Él.

Y todos daban testimonio de Él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es Éste el hijo de José?

Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Qué clase de hombre es Éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?

Y oyó Herodes el tetrarca todas las cosas que Él hacía; y estaba perplejo, porque algunos decían: Juan ha resucitado de los muertos;

Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?

Entonces los discípulos se decían el uno al otro: ¿Le habrá traído alguien de comer?

Entonces los judíos decían a aquel que había sido sanado: Sábado es; no te es lícito llevar tu lecho.

Y decían: ¿No es Éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice Éste: Yo he descendido del cielo?

Y le buscaban los judíos en la fiesta, y decían: ¿Dónde está Aquél?

Y había gran murmuración acerca de Él entre el pueblo; porque unos decían: Es bueno; y otros decían: No, sino que engaña al pueblo.

Decían entonces unos de Jerusalén: ¿No es Éste a quien buscan para matarle?

Y muchos del pueblo creyeron en Él, y decían: El Cristo, cuando venga, ¿hará más milagros que los que Éste ha hecho?

Entonces muchos del pueblo, oyendo este dicho, decían: Verdaderamente Éste es el Profeta.

Otros decían: Éste es el Cristo. Pero algunos decían: ¿De Galilea ha de venir el Cristo?

Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo, como si no les oyera.

Decían entonces los judíos: ¿Se ha de matar a sí mismo, pues dice: A donde yo voy, vosotros no podéis venir?

Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es éste el que se sentaba y mendigaba?

Unos decían: Éste es; y otros: A él se parece. Él decía: Yo soy.

Y muchos de ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?

Otros decían: Estas palabras no son de endemoniado: ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?

Y muchos venían a Él, y decían: Juan, a la verdad, ningún milagro hizo, pero todo lo que Juan dijo de Éste, era verdad.

Y buscaban a Jesús, y estando en el templo, se decían unos a otros: ¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta?

Y la multitud que estaba presente, y había oído, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado.

Y pusieron testigos falsos, que decían: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas en contra de este lugar santo y de la ley:

Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los príncipes de los sacerdotes?

Y ellos le dijeron: Estás loca. Pero ella afirmaba que así era. Entonces ellos decían: Es su ángel.

Y ciertos filósofos de los epicúreos y de los estoicos, disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de dioses extraños; porque les predicaba a Jesús y la resurrección.

Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén.

Y como los bárbaros vieron la serpiente venenosa colgando de su mano, se decían unos a otros: Ciertamente este hombre es homicida, a quien, escapado del mar, la justicia no deja vivir.

Y los cuatro seres vivientes decían: Amén. Y los veinticuatro ancianos se postraron y adoraron al que vive por siempre jamás.

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