Toda tú eres hermosa, amada mía y en ti no hay mancha.

He aquí que tú eres hermosa, amada mía; he aquí que eres bella; tus ojos son como de paloma.

¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, tus habitaciones, oh Israel!

y deseará el Rey tu hermosura: Adórale, porque Él es tu Señor.

Toda gloriosa en su interior es la hija del Rey; de brocado de oro es su vestido.

He aquí que tú eres hermosa, amada mía, he aquí que tú eres hermosa; tus ojos entre tus guedejas como de paloma; tus cabellos como rebaño de cabras, que se muestran desde el monte de Galaad.

Su paladar, dulcísimo: y todo él codiciable. Tal es mi amado, tal es mi amigo, oh doncellas de Jerusalén.

Maridos, amad a vuestras esposas, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella;

en su cuerpo de carne, mediante la muerte; para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de Él;

Por lo cual, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia que seáis hallados de Él en paz, sin mácula y sin reprensión.

Y a Aquél que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría,

Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido.

Tesoro del Conocimiento Bíblico no añadido

Reina Valera Gómez (© 2010)

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