El hombre nacido de mujer, corto de días, y harto de sinsabores.

Tú llamarás, y te responderé yo; tendrás placer en la obra de tus manos.

Pero ahora me cuentas los pasos, y no das tregua a mi pecado.

Sellada está en saco mi transgresión, y tienes cosida mi iniquidad.

Y ciertamente el monte que cae se deshace, y las peñas son traspasadas de su lugar;

Sus hijos alcanzan honor, y él no lo sabe; o son humillados, y no entiende de ellos.

Mas su carne sobre él se dolerá, y se entristecerá en él su alma.

Las piedras son desgastadas con el agua impetuosa, que se lleva el polvo de la tierra; de igual manera haces tú perecer la esperanza del hombre.

Para siempre serás más fuerte que él, y él se va; demudarás su rostro, y lo despedirás.

¿Quién podrá sacar algo limpio de lo inmundo? Nadie.

Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir? Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi transformación.

Porque si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza; retoñará aún, y sus renuevos no faltarán.

Ciertamente sus días están determinados, y el número de sus meses está cerca de ti: Tú le pusiste límites, los cuales no pasará.

Así el hombre yace, y no vuelve a levantarse; hasta que no haya cielo no despertarán, ni se levantarán de su sueño.

Que sale como una flor y es cortado; y huye como la sombra, y no permanece.

Pero el hombre muere, y es cortado; Perece el hombre, ¿y dónde está él?

¡Oh quién me diera que me escondieses en el sepulcro, que me encubrieras hasta apaciguarse tu ira, que me pusieses plazo, y de mí te acordaras!

Apártate de él, y que descanse hasta que, cual jornalero, haya cumplido su día.

Como las aguas se van del mar, y el río se agota y se seca.

¿Y sobre éste abres tus ojos, y me traes a juicio contigo?

Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo,

al percibir el agua reverdecerá, y echará renuevos como planta nueva.