'Que' en la Biblia
En el primer tratado, oh Teófilo, he hablado de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar,
hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que Él había escogido;
Y estando reunido con ellos, les mandó que no se fuesen de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.
Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?
Y Él les dijo: No toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad;
Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que Él se iba, he aquí dos varones en vestiduras blancas se pusieron junto a ellos;
los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.
Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de Jerusalén camino de un sábado.
Varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura la cual el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús.
Y fue notorio a todos los moradores de Jerusalén; de tal manera que aquel campo es llamado en su propia lengua, Acéldama, que significa, campo de sangre.
Por tanto, es necesario que de estos hombres que han estado junto con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros,
comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día que fue recibido arriba de entre nosotros, uno sea hecho testigo con nosotros de su resurrección.
Y señalaron a dos; a José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías.
Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido
para que tome el oficio de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar.
Y de repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados;
Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
Y estaban atónitos y maravillados, diciéndose unos a otros: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan?
¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?
Partos y medos, y elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en el Ponto y en Asia,
en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las partes de Libia que está más allá de Cirene, y romanos extranjeros, tanto judíos como prosélitos,
Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué significa esto?
Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó su voz, y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras.
Y será que en los postreros días, dice Dios: Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Y vuestros jóvenes verán visiones; Y vuestros ancianos soñarán sueños:
El sol se tornará en tinieblas; y la luna en sangre; antes que venga el día del Señor; grande y memorable;
Y sucederá que todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús Nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros con milagros y prodigios, y señales que Dios hizo en medio de vosotros por medio de Él, como también vosotros sabéis.
Porque no dejarás mi alma en el infierno, ni permitirás que tu Santo vea corrupción.
Varones hermanos, permitidme hablaros libremente del patriarca David, que murió, y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy.
Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que del fruto de sus lomos, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo que se sentaría sobre su trono;
viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el infierno, ni su carne vio corrupción.
Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ahora vosotros veis y oís.
hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.
Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús que vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
Y al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.
Así que, los que con gozo recibieron su palabra, fueron bautizados; y aquel día fueron añadidas a ellos como tres mil almas.
Y todos los que habían creído estaban juntos; y tenían en común todas las cosas;
alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que eran salvos.
Y un hombre que era cojo desde el vientre de su madre, era traído; al cual ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo.
Éste, como vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna.
Y Pedro le dijo: No tengo plata ni oro; mas lo que tengo te doy: En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
Y sabían que él era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y fueron llenos de asombro y admiración por lo que le había sucedido.
Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón.
Y viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? o ¿por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?
Mas vosotros al Santo y al Justo negasteis, y pedisteis que se os diese un hombre homicida;
Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, en su nombre le ha confirmado: Así que, la fe que por Él es, le ha dado esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.
Y ahora, hermanos, yo sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros príncipes.
Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que Cristo había de padecer.
Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan tiempos de refrigerio de la presencia del Señor,
y Él envíe a Jesucristo, que os fue antes predicado;
a quien ciertamente es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de todos sus santos profetas que han sido desde el principio del mundo.
Porque Moisés en verdad dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará Profeta de vuestros hermanos, como yo; a Él oiréis en todas las cosas que os hablare.
Y será, que toda alma que no oyere a aquel Profeta, será desarraigada del pueblo.
Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: Y en tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra.
A vosotros primeramente, Dios, habiendo resucitado a su Hijo Jesús, le envió para que os bendijese, al convertirse cada uno de su maldad.
resentidos de que enseñasen al pueblo, y predicasen en Jesús la resurrección de los muertos.
Pero muchos de los que habían oído la palabra creyeron; y el número de los varones era como cinco mil.
Y aconteció que al día siguiente se reunieron en Jerusalén los príncipes de ellos, y los ancianos y los escribas;
y Anás, el sumo sacerdote, y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran del linaje sacerdotal;
Y poniéndoles en medio, les preguntaron: ¿Con qué poder, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?
Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado;
sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que por el nombre de Jesucristo de Nazaret, al que vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra presencia sano.
Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo del cielo, dado a los hombres, en que debamos ser salvos.
Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras e ignorantes, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.
Y viendo al hombre que había sido sanado, que estaba de pie con ellos, no podían decir nada en contra.
Y habiendo ordenado que salieran del concilio, deliberaban entre sí,
diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, un milagro notable ha sido hecho por ellos, manifiesto a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar.
Sin embargo para que no se divulgue más por el pueblo, amenacémosles, para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este nombre.
Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús.
Mas Pedro y Juan, respondiendo, les dijeron: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios:
Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.
y después de amenazarles más, y no hallando nada de qué castigarles, les dejaron ir por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que había sido hecho.
Y puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los príncipes de los sacerdotes y los ancianos les habían dicho.
Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Señor, tú eres Dios, que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay;
que por boca de David, tu siervo, dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas?
para hacer lo que tu mano y tu consejo habían predeterminado que se hiciese.
Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra;
y extiende tu mano para que sanidades, y milagros y prodigios sean hechos por el nombre de tu santo Hijo Jesús.
Y cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaron la palabra de Dios con denuedo.
Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.
Y ningún necesitado había entre ellos; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido,
Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que interpretado es, hijo de consolación), levita, natural de Chipre,
Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y te quedases con parte del precio de la heredad?
Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.
Entonces Ananías, oyendo estas palabras, cayó y expiró. Y vino gran temor sobre todos los que lo oyeron.
Y pasado un lapso como de tres horas, entró también su esposa, no sabiendo lo que había acontecido.
Y Pedro le dijo: ¿Por qué os pusisteis de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti.
Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas.
tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos.
Entonces se levantó el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, que es la secta de los saduceos, y se llenaron de celos;
Y habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos.
Y cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el magistrado del templo y los príncipes de los sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello.
Y viniendo uno, les dio la noticia, diciendo: He aquí, los varones que echasteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo.
diciendo: ¿No os ordenamos rigurosamente, que no enseñaseis en este nombre? Y he aquí, habéis llenado a Jerusalén con vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de este hombre.
Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen.
Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, honorable ante todo el pueblo, mandó que hiciesen sacar por un momento a los apóstoles,
y les dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer acerca de estos hombres.