'Jerusalén' en la Biblia
Y estando reunido con ellos, les mandó que no se fuesen de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.
pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo; y me seréis testigos, a la vez, en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.
Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de Jerusalén camino de un sábado.
Y fue notorio a todos los moradores de Jerusalén; de tal manera que aquel campo es llamado en su propia lengua, Acéldama, que significa, campo de sangre.
Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones debajo del cielo.
Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó su voz, y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras.
Y aconteció que al día siguiente se reunieron en Jerusalén los príncipes de ellos, y los ancianos y los escribas;
diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, un milagro notable ha sido hecho por ellos, manifiesto a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar.
Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados.
diciendo: ¿No os ordenamos rigurosamente, que no enseñaseis en este nombre? Y he aquí, habéis llenado a Jerusalén con vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de este hombre.
Y crecía la palabra de Dios, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; y una gran multitud de los sacerdotes obedecía a la fe.
Y Saulo consentía en su muerte. Y en aquel tiempo fue hecha una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles.
Y los apóstoles que estaban en Jerusalén, habiendo oído que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan;
Y ellos, habiendo testificado y predicado la palabra del Señor, se volvieron a Jerusalén, y en muchas aldeas de los samaritanos predicaron el evangelio.
Y el ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, al camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto.
Entonces él se levantó, y fue. Y he aquí un etíope, eunuco, hombre de gran autoridad bajo Candace reina de los etíopes, el cual estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar,
y pidió de él cartas para las sinagogas de Damasco, para que si hallase algunos de este Camino, ya fuesen hombres o mujeres, los trajese presos a Jerusalén.
Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, de cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén;
Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los príncipes de los sacerdotes?
Y cuando Saulo vino a Jerusalén, intentó juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que él era discípulo.
Y estaba con ellos, entrando y saliendo en Jerusalén;
Y nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; al cual mataron colgándole en un madero.
Y cuando Pedro subió a Jerusalén, los que eran de la circuncisión contendían con él,
Y la noticia de estas cosas llegó a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía.
Y en aquellos días descendieron unos profetas de Jerusalén a Antioquía.
Y Bernabé y Saulo, habiendo cumplido su ministerio, regresaron de Jerusalén llevando consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos.
Y zarpando de Pafos, Pablo y sus compañeros arribaron a Perge de Panfilia. Y Juan, apartándose de ellos, se regresó a Jerusalén.
Pues los que habitaban en Jerusalén, y sus príncipes, no conociendo a Éste, ni las palabras de los profetas que se leen todos los sábados, al condenarle, las cumplieron.
Y Él fue visto muchos días por los que habían subido juntamente con Él de Galilea a Jerusalén, los cuales son sus testigos al pueblo.
Así que, cuando Pablo y Bernabé tuvieron una disensión y contienda no pequeña con ellos, determinaron que Pablo y Bernabé, y algunos otros de ellos, subiesen a Jerusalén a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión.
Y cuando llegaron a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia y los apóstoles y los ancianos, y les contaron todas las cosas que Dios había hecho con ellos.
Y como pasaban por las ciudades, les entregaban los decretos que habían sido ordenados por los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén para que los guardasen.
sino que se despidió de ellos, diciendo: Es necesario que en todo caso yo guarde la fiesta que viene, en Jerusalén; mas otra vez volveré a vosotros, si Dios quiere. Y zarpó de Éfeso.
Y pasadas estas cosas, Pablo se propuso en espíritu ir a Jerusalén después de recorrer Macedonia y Acaya, diciendo: Después que haya estado allí, me será necesario ver también a Roma.
Porque Pablo había determinado navegar adelante de Éfeso, por no detenerse en Asia; pues se apresuraba para, si le fuese posible, estar en Jerusalén el día de Pentecostés.
Y he aquí, ahora, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer;
Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén.
Y cuando él vino a nosotros, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.
Y cuando oímos esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén.
Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
Y después de estos días, tomando nuestro bagaje, subimos a Jerusalén.
Y cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo.
Y cuando iban a matarle, fue dado aviso al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada.
como también el sumo sacerdote me es testigo, y todos los ancianos; de los cuales también recibí cartas para con los hermanos; e iba a Damasco para traer presos a Jerusalén a los que estuviesen allí, para que fuesen castigados.
Y me aconteció, que vuelto a Jerusalén, mientras oraba en el templo, fui arrebatado en éxtasis.
Y le vi que me decía: Date prisa, y sal cuanto antes de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.
Y a la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo; pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.
Porque tú puedes verificar que no hace más de doce días yo subí a adorar a Jerusalén;
Festo, pues, entrado en la provincia, tres días después subió de Cesarea a Jerusalén.
pidiendo favor contra él, que le hiciese traer a Jerusalén, poniendo ellos asechanza para matarle en el camino.
Y cuando éste llegó, le rodearon los judíos que habían venido de Jerusalén, presentando contra Pablo muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar;
Pero Festo, queriendo congraciarse con los judíos, respondió a Pablo, y dijo: ¿Quieres subir a Jerusalén, y allá ser juzgado de estas cosas delante de mí?
acerca del cual, cuando estuve en Jerusalén, comparecieron ante mí los príncipes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos, pidiendo juicio contra él.
Y yo, dudando en cuestión semejante, le pregunté si quería ir a Jerusalén y allá ser juzgado de estas cosas.
Entonces Festo dijo: Rey Agripa, y todos los varones aquí presentes con nosotros; veis a este hombre, del cual toda la multitud de los judíos me ha demandado en Jerusalén y aquí, dando voces que no debe vivir más;
Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos;
lo cual también hice en Jerusalén, y yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido autoridad de los príncipes de los sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto.
sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.
Y aconteció que tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos; a los cuales, luego que estuvieron reunidos, les dijo: Yo, varones hermanos, no habiendo hecho nada contra el pueblo, ni contra las costumbres de nuestros padres, he sido entregado preso desde Jerusalén en manos de los romanos;
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