'Decía' en la Biblia
Y he aquí una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo contentamiento.
Porque decía dentro de sí: Si tan sólo tocare su manto, seré sana.
Y todo el pueblo estaba maravillado, y decía: ¿No es Éste el Hijo de David?
Y respondiendo Él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?
porque Juan le decía: No te es lícito tenerla.
Mientras Él aún hablaba, una nube resplandeciente los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo contentamiento; a Él oíd.
Y la multitud decía: Éste es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea.
Y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo contentamiento.
Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina:
Porque le decía: Sal de este hombre, espíritu inmundo.
Porque decía: Si tan sólo tocare su manto, seré sana.
Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la esposa de tu hermano.
Y les decía: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.
Y decía: Lo que sale del hombre, eso contamina al hombre.
Y claramente decía esta palabra. Entonces Pedro tomándole aparte, comenzó a reprenderlo.
Y vino una nube que les cubrió de sombra, y desde la nube una voz que decía: Éste es mi Hijo amado; a Él oíd.
Porque enseñaba a sus discípulos, y les decía: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día.
Y procuraban prenderle, porque sabían que decía contra ellos aquella parábola; pero temían al pueblo, y dejándole se fueron.
Y les decía en su doctrina: Guardaos de los escribas, que gustan de andar con vestiduras largas, y aman las salutaciones en las plazas,
Mas él con más vehemencia decía: Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré. También todos decían lo mismo.
Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira que vendrá?
y descendió el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia.
Y les decía: El Hijo del Hombre es Señor aun del sábado.
Y alzando Él sus ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres; porque vuestro es el reino de Dios.
Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame.
Y aconteció que apartándose ellos de Él, Pedro dice a Jesús: Maestro, bien es que nos quedemos aquí, y hagamos tres tabernáculos, uno para ti, y uno para Moisés, y uno para Elías; no sabiendo lo que decía.
Y vino una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado; a Él oíd.
Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.
Y decía también a la gente: Cuando veis la nube que sale del poniente, luego decís: Agua viene; y es así.
Pero ellos no entendían nada de estas cosas, y esta palabra les era encubierta, y no entendían lo que se decía.
Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y partiendo sus vestiduras, echaron suertes.
Juan dio testimonio de Él, y clamó diciendo: Éste es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo.
Por esto, más procuraban los judíos matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios.
Pero esto decía para probarle; pues Él sabía lo que iba a hacer.
Unos decían: Éste es; y otros: A él se parece. Él decía: Yo soy.
Esta parábola les dijo Jesús; pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.
Pero esto decía Jesús de su muerte; y ellos pensaban que hablaba del reposar del sueño.
Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo, que decía: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez.
Y la multitud que estaba presente, y había oído, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado.
Y esto decía indicando de qué muerte había de morir.
Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.
Y apedrearon a Esteban, mientras él invocaba a Dios y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu.
Y el pueblo, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo los milagros que hacía.
y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Éste vio claramente en visión, como a la hora novena del día, al Ángel de Dios que entraba a donde él estaba y le decía: Cornelio.
Y oí una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come.
Pero cuando los judíos vieron las multitudes, se llenaron de celos, y se oponían a lo que Pablo decía, contradiciendo y blasfemando.
Y una mujer llamada Lidia, que vendía púrpura en la ciudad de Tiatira, temerosa de Dios, estaba oyendo; el corazón de la cual abrió el Señor para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.
enseñando y exponiendo que era necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos; y que este Jesús, a quien yo os predico, decía él, es el Cristo.
y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Y le vi que me decía: Date prisa, y sal cuanto antes de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.
Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra los aguijones.
Pero el centurión creía más al piloto y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía.
Y algunos asentían a lo que se decía, pero algunos no creían.
¿No os acordáis que cuando estaba todavía con vosotros, os decía esto?
Porque Él recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando le fue enviada desde la magnífica gloria una gran voz que decía: Éste es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento.
que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia; a Éfeso, y a Esmirna, y a Pérgamo, y a Tiatira, y a Sardis, y a Filadelfia, y a Laodicea.
Y cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que estaba sentado sobre él tenía una balanza en su mano.
Y oí una voz en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Una medida de trigo por un denario, y tres medidas de cebada por un denario; y no hagas daño al vino ni al aceite.
Y cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira.
Y cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir; y oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas.
Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá. Y subieron al cielo en una nube, y sus enemigos los vieron.
Y oí una gran voz en el cielo que decía: Ahora ha venido la salvación, y el poder, y el reino de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque el acusador de nuestros hermanos ha sido derribado, el cual los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.
Y oí una voz del cielo que me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, porque descansan de sus trabajos; pero sus obras con ellos continúan.
Y oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id, y derramad las copas de la ira de Dios sobre la tierra.
Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, que eres y que eras, y serás, porque has juzgado así.
Y oí a otro que desde el altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos.
Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, y para que no recibáis de sus plagas;
Y después de estas cosas oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder al Señor nuestro Dios.
Y salió una voz del trono, que decía: Load a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes.
Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos, y será su Dios.