'Mismo' en la Biblia
Y Juan mismo tenía su vestidura de pelo de camello, y un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre.
para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta Isaías, que dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.
Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.
Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Honra a tu padre y a tu madre; y: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo.
Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Pedro le dice: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo. Si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz.
A otros salvó; a sí mismo no se puede salvar. Si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en Él.
Y si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer.
Y si Satanás se levanta contra sí mismo, y se divide, no puede permanecer, antes ha llegado su fin.
Y enseguida Jesús, sabiendo en sí mismo el poder que había salido de Él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mi manto?
Porque Herodes mismo había enviado y prendido a Juan, y le había atado en la cárcel a causa de Herodías, esposa de Felipe su hermano; pues se había casado con ella.
Entonces ella entró apresuradamente ante el rey, y pidió, diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista.
Y llamando a la multitud y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Y en casa sus discípulos volvieron a preguntarle de lo mismo.
Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
Y el amarle con todo el corazón, y con todo el entendimiento, y con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios.
Porque el mismo David dijo por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por estrado de tus pies.
Y si David mismo le llama Señor; ¿cómo, pues, es su hijo? Y el pueblo común le oía de buena gana.
Mas él con más vehemencia decía: Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré. También todos decían lo mismo.
sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz.
De esta manera también los príncipes de los sacerdotes escarneciendo, decían unos a otros, con los escribas: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar.
Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo.
Y el mismo Jesús comenzaba a ser como de treinta años, siendo (como se creía) hijo de José, hijo de Elí,
Y les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído haber sido hechas en Capernaúm, haz también aquí en tu tierra.
Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué gracia tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo.
¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, cuando tú mismo no miras la viga que está en tu propio ojo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.
Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame.
Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y se pierde a sí mismo, o se destruye?
Y él respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
Y él dijo: El que mostró con él misericordia. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.
Mas Él, conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.
Y si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo permanecerá su reino? pues decís que por Belcebú echo yo fuera los demonios.
En este mismo tiempo estaban allí unos que le contaban acerca de los galileos, cuya sangre Pilato había mezclado con sus sacrificios.
Aquel mismo día vinieron unos fariseos, diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar.
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
Pues David mismo dice en el libro de los Salmos: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra;
Y comenzaron a acusarle, diciendo: Hemos hallado que Éste pervierte la nación; y que prohíbe dar tributo a César, diciendo que Él mismo es Cristo; un Rey.
Y aquel mismo día Pilato y Herodes entre ellos se hicieron amigos; porque antes estaban enemistados entre sí.
Y el pueblo estaba mirando; y también los príncipes con ellos se burlaban de Él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si Él es el Cristo, el escogido de Dios.
y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Entonces levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y asomándose hacia adentro, miró los lienzos puestos solos; y se fue maravillándose en sí mismo de aquello que había acontecido.
Y he aquí, el mismo día dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a sesenta estadios de Jerusalén.
Y sucedió que mientras conversaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó y caminó con ellos.
Y mientras ellos hablaban estas cosas, Jesús mismo se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros.
Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpadme y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.
Entonces le dijeron: ¿Quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?
Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos.
Porque Jesús mismo dio testimonio de que el profeta no tiene honra en su propia tierra.
Él les respondió: El que me sanó, Él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda.
Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que Él hace, eso también hace el Hijo igualmente.
Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo;
No puedo yo hacer nada de mí mismo; como oigo, juzgo; y mi juicio es justo; porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre que me envió.
Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero.
Y el Padre mismo que me envió da testimonio de mí. Vosotros nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su parecer,
Y sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza?
Si alguno quiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina, si es de Dios, o si yo hablo de mí mismo.
El que habla de sí mismo, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, Éste es verdadero, y no hay injusticia en Él.
Entonces Jesús, enseñando en el templo, alzó la voz y dijo: Vosotros me conocéis, y sabéis de dónde soy; y no he venido de mí mismo; pero el que me envió es verdadero, a quien vosotros no conocéis.
le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido tomada en el acto mismo de adulterio;
Entonces los fariseos le dijeron: Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero.
Jesús respondió y les dijo: Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy.
Yo soy el que doy testimonio de mí mismo; y el Padre que me envió da testimonio de mí.
Decían entonces los judíos: ¿Se ha de matar a sí mismo, pues dice: A donde yo voy, vosotros no podéis venir?
Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres? Y Jesús les dijo: El mismo que os he dicho desde el principio.
Entonces Jesús les dijo: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces entenderéis que yo soy, y que nada hago de mí mismo; sino que como mi Padre me enseñó, así hablo estas cosas.
Jesús entonces les dijo: Si Dios fuese vuestro Padre, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que Él me envió.
¿Eres tú mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? También los profetas murieron. ¿Quién te haces a ti mismo?
Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica; el que vosotros decís que es vuestro Dios.
pero cómo vea ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros no lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo.
Nadie me la quita, sino que yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.
Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó aún dos días en el mismo lugar donde estaba.
Y Jesús, conmoviéndose otra vez en sí mismo, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima.
Y esto no lo dijo de sí mismo; sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación;
Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.
Porque yo no he hablado de mí mismo; sino que el Padre que me envió, Él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.
Si Dios es glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo; y en seguida le glorificará.
Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo; sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras.
Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Pero cuando el Espíritu de verdad venga, Él os guiará a toda verdad; porque no hablará de sí mismo, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber las cosas que han de venir.
pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios.
Y ahora, oh Padre, glorifícame tú contigo mismo, con la gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.
Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
Jesús le respondió: ¿Dices tú esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?
Los judíos respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo el Hijo de Dios.
Y el mismo día al anochecer, siendo el primero de la semana, estando las puertas cerradas en donde los discípulos estaban reunidos por miedo a los judíos, vino Jesús, y poniéndose en medio, les dijo: Paz a vosotros.
los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.
Y cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes en un mismo lugar.
Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra,
En aquel mismo tiempo nació Moisés, y fue hermoso a Dios; y fue criado tres meses en casa de su padre.
Entonces Simón mismo también creyó, y cuando fue bautizado, permaneció con Felipe, y viendo las maravillas y grandes milagros que se hacían, estaba atónito.
Y respondiendo el eunuco a Felipe, dijo: Te ruego ¿de quién dice el profeta esto? ¿De sí mismo, o de algún otro?
Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate; yo mismo también soy hombre.
Así que, si Dios les dio el mismo don también como a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?
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