Yo soy la rosa de Sarón, y el lirio de los valles.

¡Oh si él me besara con ósculos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino.

Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes: Con gran deleite me senté bajo su sombra, y su fruto fue dulce a mi paladar.

Me llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre mí fue amor.

Por el olor de tus suaves ungüentos, tu nombre es ungüento derramado, por eso las doncellas te aman.

Porque he aquí ha pasado el invierno, ha cesado la lluvia y se ha ido;

Tus dos pechos, como mellizos de gacela, que se apacientan entre lirios.

Sustentadme con frascos de vino, corroboradme con manzanas; porque estoy enferma de amor.

Atráeme; en pos de ti correremos. Me metió el rey en sus cámaras; nos gozaremos y alegraremos en ti; nos acordaremos de tus amores más que del vino; los rectos te aman.

Abrí yo a mi amado; mas mi amado se había ido, había ya pasado; y tras su hablar salió mi alma; lo busqué, y no lo hallé; lo llamé, y no me respondió.

Morena soy, oh hijas de Jerusalén, pero codiciable; como las cabañas de Cedar, como las cortinas de Salomón.

Si tú no lo sabes, oh hermosa entre las mujeres, sal tras las huellas del rebaño, y apacienta tus cabritas junto a las cabañas de los pastores.

Se han mostrado las flores en la tierra, el tiempo de la canción ha venido, y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola;

No os fijéis en que soy morena, porque el sol me miró. Los hijos de mi madre se airaron contra mí, me hicieron guarda de las viñas, y mi viña, que era mía, no guardé.

Su izquierda esté debajo de mi cabeza, y su derecha me abrace.

¡La voz de mi amado! He aquí él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados.

Pasando de ellos un poco, hallé luego al que ama mi alma; trabé de él, y no lo dejé, hasta que lo metí en casa de mi madre, y en la cámara de la que me engendró.

Si ella es muro, edificaremos sobre él un palacio de plata; y si fuere puerta, la guarneceremos con tablas de cedro.

Como el lirio entre los espinos, así es mi amada entre las doncellas.

Como cachos de granada son tus mejillas entre tus guedejas.

Hazme saber, oh tú a quien ama mi alma, dónde apacientas, dónde haces recostar el rebaño al mediodía: Pues, ¿por qué había yo de estar como errante junto a los rebaños de tus compañeros?

Yo dije: Subiré a la palmera, asiré sus ramas: Y tus pechos serán ahora como racimos de vid, y el olor de tu boca como de manzanas;

Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne.

Zarcillos de oro te haremos, con clavos de plata.

A yegua de los carros de Faraón te he comparado, amada mía.

Mi amado es mío, y yo suya; él apacienta entre lirios.

Hermosas son tus mejillas entre los pendientes, tu cuello entre los collares.

Mientras que el rey estaba en su reclinatorio, mi nardo dio su olor.

la higuera ha echado sus higos, y las vides en cierne dieron olor: Levántate, oh amada mía, hermosa mía, y ven.

Las vigas de nuestra casa son de cedro, y de ciprés los artesonados.

Mi amado es para mí un manojito de mirra, que reposa toda la noche entre mis pechos.

Racimo de flores de alheña en las viñas de Engadi es para mí mi amado.

Mi amado habló, y me dijo: Levántate, oh amada mía, hermosa mía, y ven.

Mi amado es semejante al corzo, o al cervatillo. Helo aquí, está tras nuestra pared, mirando por las ventanas, mostrándose por las rejas.

Yo soy muro, y mis pechos como torres, desde que fui en sus ojos como la que halla paz.

Hasta que apunte el día y huyan las sombras, me iré al monte de la mirra, y al collado del incienso.

Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, si halláis a mi amado, que le digáis que estoy enferma de amor.

Me hallaron los guardas que rondan la ciudad; me hirieron, me golpearon, me quitaron mi manto de encima los guardas de los muros.

Cantar de cantares, el cual es de Salomón.

Sesenta son las reinas, y ochenta las concubinas, y las doncellas sin número:

Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, por los corzos y por las ciervas del campo, que no despertéis ni hagáis velar al amor hasta que quiera.

He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y dulce; nuestro lecho también florido.

He aquí que tú eres hermosa, amada mía; he aquí que eres bella; tus ojos son como de paloma.

Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, por los corzos y por las ciervas del campo, que no despertéis ni hagáis velar al amor, hasta que quiera.

Ven conmigo del Líbano, oh esposa mía, ven conmigo del Líbano: Mira desde la cumbre de Amana, desde la cumbre de Senir y de Hermón, desde las guaridas de los leones, desde los montes de los leopardos.

y tu paladar como el buen vino, que se entra a mi amado suavemente, y hace hablar los labios de los que duermen.

Hasta que apunte el día, y huyan las sombras, vuélvete, amado mío; sé semejante al corzo, o al cervatillo, sobre los montes de Beter.

Mi amado es blanco y rubio, distinguido entre diez mil.

Mi viña, que es mía, está delante de mí; las mil serán tuyas, oh Salomón, y doscientas, de los que guardan su fruto.

Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; porque dulce es tu voz, y hermoso tu aspecto.

Mas una es la paloma mía, la perfecta mía; Es la única de su madre, la preferida de la que la engendró. La vieron las doncellas, y la llamaron bienaventurada; las reinas y las concubinas, y la alabaron.

Huye, amado mío; y sé semejante al corzo, o al cervatillo, sobre las montañas de los aromas.

Oh tú la que moras en los huertos, los compañeros escuchan tu voz; házmela oír.

Levantémonos de mañana a las viñas; veamos si brotan las vides, si se abre el cierne, si han florecido los granados; allí te daré mis amores.

Toda tú eres hermosa, amada mía y en ti no hay mancha.

Las mandrágoras han dado olor, y a nuestras puertas hay toda clase de dulces frutas, nuevas y añejas, que para ti, oh amado mío, he guardado.

Vuelve, vuelve, oh sulamita; vuelve, vuelve, para poder mirarte. ¿Qué veréis en la sulamita? Algo como la reunión de dos campamentos.

Salomón tuvo una viña en Baal-hamón, la cual entregó a guardas, cada uno de los cuales debía traer mil piezas de plata por su fruto.

Yo vine a mi huerto, oh hermana mía, esposa mía: He recogido mi mirra y mis aromas; he comido mi panal y mi miel, mi vino y mi leche he bebido. Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados.

Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo: Porque fuerte como la muerte es el amor; duros como el sepulcro los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama.

¿Qué es tu amado más que otro amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿Qué es tu amado más que otro amado, que así nos conjuras?

¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo, perfumada de mirra y de incienso, y de todo polvo aromático?

Su paladar, dulcísimo: y todo él codiciable. Tal es mi amado, tal es mi amigo, oh doncellas de Jerusalén.

Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía; has prendido mi corazón con uno de tus ojos, con una gargantilla de tu cuello.

Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento.

Ven, oh amado mío, salgamos al campo, moremos en las aldeas.

¡Cuán hermosos son tus amores, hermana mía, esposa mía! ¡Cuánto mejores que el vino tus amores, y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!

¿Quién es ésta que se muestra como el alba, hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como un ejército con sus banderas?

Yo dormía, pero mi corazón velaba: La voz de mi amado que llamaba: Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, perfecta mía; porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche.

He aquí que tú eres hermosa, amada mía, he aquí que tú eres hermosa; tus ojos entre tus guedejas como de paloma; tus cabellos como rebaño de cabras, que se muestran desde el monte de Galaad.

He aquí es la litera de Salomón: Sesenta valientes la rodean, de los fuertes de Israel.

Su cabeza, como, oro finísimo; sus cabellos crespos, negros como el cuervo.

Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía; fuente cerrada, fuente sellada.

nardo y azafrán, caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso; mirra y áloe, con todas las principales especias.

Tus renuevos son paraíso de granados, con frutos suaves, de flores de alheña y nardos,

Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre toda la hacienda de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían.

Todos ellos tienen espadas, diestros en la guerra; cada uno con su espada sobre su muslo, por los temores de la noche.

Al huerto de los nogales descendí, a ver los frutos del valle, y para ver si brotaban las vides, si florecían los granados.

Sus manos, como anillos de oro engastados de berilo; su vientre, como claro marfil cubierto de zafiros.

Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma; lo busqué, y no lo hallé.

Sus mejillas, como una era de especias aromáticas, como fragantes flores; sus labios, como lirios que destilan mirra fragante.

¿Quién es ésta que sube del desierto, recostada sobre su amado? Debajo de un manzano te desperté; allí tuvo dolores tu madre, allí tuvo dolores la que te dio a luz.

Antes que lo supiera; mi alma me puso como los carros de Aminadab.

Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa mía; miel y leche hay debajo de tu lengua; y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano.

¿A dónde se ha ido tu amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿A dónde se apartó tu amado, y lo buscaremos contigo?

Yo soy de mi amado, y mi amado es mío: Él apacienta entre los lirios.

Sus piernas, como columnas de mármol fundadas sobre bases de oro fino; su aspecto como el Líbano, escogido como los cedros.

Sus ojos, como de palomas junto a los arroyos de las aguas, que se lavan con leche, y a la perfección colocados.

Levántate, viento del norte, y ven, viento del sur; soplad sobre mi huerto, despréndanse sus aromas. Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta.

Yo te llevaría, te metería en la casa de mi madre, que me enseñaba; te daría a beber vino sazonado del mosto de mis granadas.

¡Cuán hermosos son tus pies en las sandalias, oh hija de príncipe! Los contornos de tus muslos son como joyas, obra de mano de excelente maestro.

¡Oh que fueras tú como mi hermano, que mamó los pechos de mi madre; así, al encontrarte afuera yo te besaría, y no me menospreciarían!

Fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que corren del Líbano.

El rey Salomón se hizo un carruaje de madera del Líbano.

Tu cuello, como la torre de David, edificada para armería; mil escudos están colgados de ella, todos escudos de valientes.

Salid, oh doncellas de Sión, y ved al rey Salomón con la corona con que le coronó su madre el día de su desposorio, y el día del gozo de su corazón.

Hermosa eres tú, oh amada mía, como Tirsa; de desear, como Jerusalén; imponente como un ejército con sus banderas.

Me he desnudado mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar?

Sus columnas hizo de plata, su respaldo de oro, su asiento de grana, su interior tapizado de amor, por las doncellas de Jerusalén.

Tenemos una pequeña hermana, que no tiene pechos: ¿Qué haremos a nuestra hermana cuando de ella se hablare?

Os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, que no despertéis ni hagáis velar al amor, hasta que quiera.

¡Qué hermosa eres, y cuán suave, oh amor deleitoso!

Su izquierda esté debajo de mi cabeza, y su derecha me abrace.

Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que corría sobre las aldabas del candado.

Mi amado metió su mano por la ventanilla, y mis entrañas se conmovieron dentro de mí.

Aparta tus ojos de delante de mí, porque ellos me vencieron. Tu cabello es como rebaño de cabras que se muestran de Galaad.

Mi amado descendió a su huerto, a las eras de los aromas para apacentar en los huertos, y para recoger los lirios.

Tus dientes como rebaño de ovejas trasquiladas que suben del lavadero, todas con crías mellizas, y ninguna entre ellas estéril.

Tu cuello, como torre de marfil; tus ojos, como los estanques de Hesbón junto a la puerta de Bat-rabim; tu nariz, como la torre del Líbano, que mira hacia Damasco.

Tus labios, como un hilo de grana, y tu habla hermosa; tus mejillas, como cachos de granada entre tus guedejas.

Tu ombligo, como una taza redonda, que no le falta bebida. Tu vientre, como montón de trigo, cercado de lirios.

Tu cabeza encima de ti, como el Carmelo; y el cabello de tu cabeza, como la púrpura del rey ligada en los corredores.

Me hallaron los guardas que rondan la ciudad, y les dije: ¿Habéis visto al que ama mi alma?

Me levantaré ahora, y rodearé por la ciudad; por las calles y por las plazas buscaré al que ama mi alma: Lo busqué, y no lo hallé.

Tu estatura es semejante a la palmera, y tus pechos como racimos de uvas.

Tus dos pechos, como mellizos de gacela.

Tus dientes, como rebaño de ovejas que suben del lavadero, todas con crías mellizas, y estéril no hay entre ellas.