197 casos

'Mi' en la Biblia

Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado de mal?

Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal, y que aún retiene su integridad, a pesar de que tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa?

Por cuanto no cerró las puertas del vientre de mi madre, ni escondió de mis ojos la miseria.

Pues antes que mi pan viene mi suspiro; y mis gemidos corren como aguas.

El asunto también me era a mí oculto; mas mi oído ha percibido algo de ello.

y un espíritu pasó por delante de mí, que hizo se erizara el pelo de mi carne.

¡Oh, que pudiesen pesar justamente mi sufrimiento, y lo pusiesen en balanza junto con mi calamidad!

Las cosas que mi alma no quería tocar, son ahora mi triste alimento.

¡Quién me diera que viniese mi petición, y que me otorgase Dios lo que anhelo;

Y sería aún mi consuelo, si me asaltase con dolor sin dar más tregua, que yo no he escondido las palabras del Santo.

Ahora ciertamente como ellas sois vosotros; pues habéis visto mi infortunio, y teméis.

¿Acaso yo os he dicho: Traedme, y pagad por mí de vuestra hacienda;

Tornad ahora, y no haya iniquidad; volved aún a considerar mi justicia en esto.

¿Hay iniquidad en mi lengua? ¿No puede mi paladar discernir las cosas depravadas?

Acuérdate que mi vida es un soplo, y que mis ojos no volverán a ver el bien.

Los ojos de los que me ven, no me verán más; fijarás en mí tus ojos, y dejaré de ser.

Por tanto yo no refrenaré mi boca; hablaré en la angustia de mi espíritu, y me quejaré con la amargura de mi alma.

Cuando digo: Me consolará mi cama, mi lecho atenuará mis quejas;

¿Hasta cuándo no te apartarás de mí, y no me soltarás ni siquiera para que trague mi saliva?

Pequé, ¿qué te hago yo, oh Guarda de los hombres? ¿Por qué me has puesto como blanco tuyo, de modo que soy una carga para mí mismo?

¿Y por qué no perdonas mi rebelión, y quitas mi iniquidad? Porque ahora dormiré en el polvo, y si me buscares de mañana, ya no estaré.

He aquí que Él pasará delante de mí, y yo no lo veré; y pasará, y no lo percibiré.

Aunque fuese yo justo, no respondería; antes habría de rogar a mi Juez.

Que si yo le invocara, y Él me respondiese, aún no creeré que haya escuchado mi voz.

Si yo me justificare, me condenaría mi boca; si me dijere perfecto, esto me haría inicuo.

Bien que yo fuese íntegro, no conocería mi alma: Despreciaría mi vida.

Si digo: Olvidaré mi queja, dejaré mi triste semblante y me esforzaré;

para que inquieras mi iniquidad, y busques mi pecado?

Si fuere malo, ¡ay de mí! Y si fuere justo, no levantaré mi cabeza. Estoy hastiado de afrenta, por tanto, mira tú mi aflicción.

Si levanto mi cabeza, me cazas como a león, y vuelves a mostrarte maravilloso sobre mí.

Renuevas contra mí tus pruebas, y aumentas conmigo tu furor como tropas de relevo.

Tú dices: Mi doctrina es pura, y yo soy limpio delante de tus ojos.

Oíd ahora mi razonamiento, y estad atentos a los argumentos de mis labios.

Callaos, dejadme y hablaré yo, y que venga sobre mí lo que viniere.

¿Por qué quitaré yo mi carne con mis dientes, y pondré mi alma en mi mano?

Y Él mismo será mi salvación, porque no entrará en su presencia el hipócrita.

Oíd con atención mi razonamiento, y mi declaración con vuestros oídos.

He aquí ahora, yo he preparado mi causa, y sé que seré justificado.

¿Cuántas iniquidades y pecados tengo yo? Hazme entender mi transgresión y mi pecado.

¿Por qué escribes contra mí amarguras, y me haces cargo de los pecados de mi juventud?

¡Oh quién me diera que me escondieses en el sepulcro, que me encubrieras hasta apaciguarse tu ira, que me pusieses plazo, y de mí te acordaras!

Pero ahora me cuentas los pasos, y no das tregua a mi pecado.

Sellada está en saco mi transgresión, y tienes cosida mi iniquidad.

También yo hablaría como vosotros. Si vuestra alma estuviera en lugar de la mía, yo podría hilvanar palabras contra vosotros, y sobre vosotros movería mi cabeza.

Si hablo, mi dolor no cesa; y si dejo de hablar, no se aparta de mí.

Pero ahora me ha fatigado: Has tú asolado toda mi compañía.

Tú me has llenado de arrugas; testigo es mi flacura, que se levanta contra mí para testificar en mi rostro.

Su furor me despedazó, y me ha sido contrario: Crujió sus dientes contra mí; contra mí aguzó sus ojos mi enemigo.

Abrieron contra mí su boca; hirieron mis mejillas con afrenta; contra mí se juntaron todos.

Me rodearon sus arqueros, partió mis riñones, y no perdonó: Mi hiel derramó por tierra.

Me quebrantó de quebranto sobre quebranto; corrió contra mí como un gigante.

Yo cosí cilicio sobre mi piel, y hundí mi cabeza en el polvo.

Mi rostro está hinchado con el lloro, y mis párpados entenebrecidos:

A pesar de no haber iniquidad en mis manos, y de haber sido mi oración pura.

¡Oh tierra! no cubras mi sangre, y no haya lugar a mi clamor.

Mas he aquí que en los cielos está mi testigo, y mi testimonio en las alturas.

Determina ahora, dame fianza para contigo: ¿Quién es aquél que querría ser mi fiador?

Si yo espero, el sepulcro es mi casa: Haré mi cama en las tinieblas.

A la corrupción he dicho: Mi padre eres tú; a los gusanos: Mi madre y mi hermana.

¿Dónde está ahora mi esperanza? Y mi esperanza ¿quién la verá?

Mas si vosotros os engrandecéis contra mí, y contra mí invocáis mi oprobio,

Me arruinó por todos lados, y perezco; y ha hecho pasar mi esperanza como árbol arrancado.

También encendió contra mí su furor, y me contó para sí entre sus enemigos.

Vinieron sus ejércitos a una, y atrincheraron contra mí su camino, y acamparon en derredor de mi tienda.

Hizo alejar de mí a mis hermanos, y del todo se extrañaron de mí mis conocidos.

Los moradores de mi casa y mis criadas me tuvieron por extraño; forastero fui yo a sus ojos.

Llamé a mi siervo, y no respondió; de mi propia boca le suplicaba.

Mi aliento vino a ser extraño a mi esposa, aunque por los hijos de mis entrañas le rogaba.

Mi piel y mi carne se pegaron a mis huesos; y he escapado con sólo la piel de mis dientes.

¿Por qué me perseguís como Dios, y no os hartáis de mi carne?

y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios;

Al cual he de ver por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mis entrañas se consuman dentro de mí.

Mas debierais decir: ¿Por qué lo perseguimos? Ya que la raíz del asunto se halla en mí.

La reprensión de mi censura he oído, y me hace responder el espíritu de mi inteligencia.

Oíd atentamente mi palabra, y sea esto vuestra consolación.

Reina Valera Gómez (© 2010)